Estudio presentado en Chillán en 1999 anticipó el mega incendio
Experto de la Facultad de Ciencias Forestales, Eduardo Peña, analizó hace 13 años las variables que facilitaban un siniestro de magnitud y concluyó que estaban todas las condiciones para que ello ocurriera en una zona que incluía a las comunas de Quillón y Ránquil.
Dicen que la historia humana es circular y que hay ciertos hechos que se van repitiendo cada cierto tiempo, incluyendo las catástrofes que son precisamente causadas por el hombre, como ocurre con los incendios. Hace 13 años, en febrero de 1999 un enorme incendio que duró 5 días arrasó una cantidad similar de hectáreas en la Provincia de Concepción.
Ese año -al igual como de seguro ocurrirá ahora- se realizaron varias jornadas de análisis acerca de las lecciones que podían sacarse y modelación de escenarios futuros con el fin de prevenir nuevos siniestros de tal magnitud. Una de las más importantes se realizó precisamente en Chillán, en el mes de agosto, en el marco de las Jornadas de Evaluación del Manejo del Fuego, organizadas por el Consejo Técnico de Coordinación en manejo del Fuego. En aquella oportunidad uno de los estudios que más llamó la atención fue el del investigador de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción, Eduardo Peña Fernández, quien vaticinó -de acuerdo a una de serie de variables como tipo, continuidad, homogeneidad y carga de combustible- que el período de retorno de un mega incendio en la región era de entre 10 a 15 años y que la zona más vulnerable era precisamente el área comprendida entre las comunas de Quillón y Ránquil.
Como es de suponer, las recomendaciones del académico no fueron tomadas en cuenta por las autoridades de la época ni por las sucesivas.
dinámica del fuego
Eduardo Peña explicó que sus afirmaciones estaban sustentadas en el conocimiento que existe de la dinámica del fuego en ecosistemas que están adaptados o que son periódicamente afectados por estos fenómenos.
“En Chile aún cuando el fuego no es un acontecimiento natural en los ecosistemas, la acción antropogénica lo ha llevado a ser un elemento presente en el paisaje con una frecuencia promedio cercana a 5.500 incendios por temporada en los últimos 10 años. Ante tal cantidad de focos sólo se requiere de combustible disponible para dar inicio a un incendio.”
Peña señala que si comparamos el crecimiento de la biomasa de una plantación, de pinus radiata o euclaiptus, con lo que ocurre en un ecosistema natural que ha evolucionado con el fuego, hay muchas coincidencias, variando principalmente el menor tiempo que se requiere en las plantaciones para que se produzca una acumulación peligrosa de combustible o biomasa crítica.
Una plantación, por lo general, se inicia con alrededor de 1.100 plantas por hectáreas, en suelos descubiertos de vegetación leñosa que presenta condiciones para sostener la propagación del fuego o un incendio de intensidad moderada, por su baja carga de combustible natural. La plantación en los primeros 10 años aún no alcanza a acumular suficiente combustible para que el incendio que ocurra sea de alta intensidad. De esta forma, los focos de fuego que se originan son fácilmente controlados por las brigadas de combate. Pero posterior a los 10 años, por la acumulación de biomasa y el aporte de combustible muerto proveniente de las faenas de poda y raleo y la mayor radiación solar que llega al suelo, la carga de combustible es de tal magnitud que se crean las condiciones para que ocurra un incendio catastrófico como el registrado esta semana en el valle del Itata.
En opinión del investigador, la solución al problema debería centrarse en la prevención de la ocurrencia más que en el incremento de recursos destinados al combate. Los resultados a la fecha indican que el combate de incendios ha sido muy efectivo, reduciéndose significativamente la superficie promedio afectada, pero por el incremento constante de la ocurrencia la superficie total afectada por el fuego es mayor cada año. “En este escenario aún cuando se dupliquen los actuales recursos privados y estatales destinados al control de los incendios no será posible tener éxito en los programas de protección forestal”, puntualizó.
Variedades altamente combustibles
En un análisis de las plantaciones del punto de vista de combustible y calidad de él, se puede apreciar que se han establecido grandes extensiones de bosques de especies forestales altamente inflamables como son eucaliptus y pino radiata.
Esta situación se hace más grave si se considera la continuidad y homogeneidad de estas masas boscosas, que a pesar que cuentan en muchos casos con cortafuegos y áreas descubiertas, no son suficientes cuando ocurre una conflagración (tormenta de fuego) porque el fuego puede saltar a 500 metros y tan distante como 2 kilómetros del foco principal, como habría ocurrido en Quillón, haciendo que los esfuerzos de los combatientes para preparar una línea de control sea completamente inútil.
Según el crecimiento de las plantaciones estas condiciones de alta carga de combustible por hectárea se da cada 10 a 15 años dependiendo de la zona donde está el cultivo forestal, por lo tanto y asumiendo que ante la presencia constante de una fuente de energía térmica (factor de riesgo), es muy lógico predecir que en un área dedicada a las plantaciones este fenómeno se repetirá con la frecuencia indicada.
Sugerencias no escuchadas
Según el especialista, la prevención debía estar relacionada con el manejo de combustibles y con una modificación de la actitud de la población. “La modificación del combustible es una muy buena medida a realizar, pero no es viable por su costo y porque sería una labor anual a realizar debido a la alta productividad de biomasa de los suelos de la costa en la Región del Bío Bío”.
Peña cree que la modificación de la actitud de la población es la mejor alternativa para reducir la ocurrencia y el daño, pero para que sea exitosa se requiere de programas de educación ambiental permanentes en colegios y comunidades forestales.
En las actividades de prevención también se debería considerar una planificación territorial en la cual se intercalen bloques de vegetación de diferentes tipos, ojalá de especies de baja inflamabilidad, y áreas descubiertas de vegetación arbórea o como última opción rodales de la misma especie, pero de diferente edad (el fuego se comporta diferente en ellos y esto facilita el control). La experiencia en cuanto al comportamiento del fuego indica que durante estas catástrofes una faja descubierta de vegetación de 20 a 30 m (cortafuegos) no es suficiente para detener el avance del fuego y la ocurrencia de focos satélites, por lo tanto, se justificaría una planificación territorial. De lo contrario en las zonas de mayor riesgo, el negocio forestal no será sustentable ni rentable ante esta amenaza permanente.
Ese año -al igual como de seguro ocurrirá ahora- se realizaron varias jornadas de análisis acerca de las lecciones que podían sacarse y modelación de escenarios futuros con el fin de prevenir nuevos siniestros de tal magnitud. Una de las más importantes se realizó precisamente en Chillán, en el mes de agosto, en el marco de las Jornadas de Evaluación del Manejo del Fuego, organizadas por el Consejo Técnico de Coordinación en manejo del Fuego. En aquella oportunidad uno de los estudios que más llamó la atención fue el del investigador de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción, Eduardo Peña Fernández, quien vaticinó -de acuerdo a una de serie de variables como tipo, continuidad, homogeneidad y carga de combustible- que el período de retorno de un mega incendio en la región era de entre 10 a 15 años y que la zona más vulnerable era precisamente el área comprendida entre las comunas de Quillón y Ránquil.
Como es de suponer, las recomendaciones del académico no fueron tomadas en cuenta por las autoridades de la época ni por las sucesivas.
dinámica del fuego
Eduardo Peña explicó que sus afirmaciones estaban sustentadas en el conocimiento que existe de la dinámica del fuego en ecosistemas que están adaptados o que son periódicamente afectados por estos fenómenos.
“En Chile aún cuando el fuego no es un acontecimiento natural en los ecosistemas, la acción antropogénica lo ha llevado a ser un elemento presente en el paisaje con una frecuencia promedio cercana a 5.500 incendios por temporada en los últimos 10 años. Ante tal cantidad de focos sólo se requiere de combustible disponible para dar inicio a un incendio.”
Peña señala que si comparamos el crecimiento de la biomasa de una plantación, de pinus radiata o euclaiptus, con lo que ocurre en un ecosistema natural que ha evolucionado con el fuego, hay muchas coincidencias, variando principalmente el menor tiempo que se requiere en las plantaciones para que se produzca una acumulación peligrosa de combustible o biomasa crítica.
Una plantación, por lo general, se inicia con alrededor de 1.100 plantas por hectáreas, en suelos descubiertos de vegetación leñosa que presenta condiciones para sostener la propagación del fuego o un incendio de intensidad moderada, por su baja carga de combustible natural. La plantación en los primeros 10 años aún no alcanza a acumular suficiente combustible para que el incendio que ocurra sea de alta intensidad. De esta forma, los focos de fuego que se originan son fácilmente controlados por las brigadas de combate. Pero posterior a los 10 años, por la acumulación de biomasa y el aporte de combustible muerto proveniente de las faenas de poda y raleo y la mayor radiación solar que llega al suelo, la carga de combustible es de tal magnitud que se crean las condiciones para que ocurra un incendio catastrófico como el registrado esta semana en el valle del Itata.
En opinión del investigador, la solución al problema debería centrarse en la prevención de la ocurrencia más que en el incremento de recursos destinados al combate. Los resultados a la fecha indican que el combate de incendios ha sido muy efectivo, reduciéndose significativamente la superficie promedio afectada, pero por el incremento constante de la ocurrencia la superficie total afectada por el fuego es mayor cada año. “En este escenario aún cuando se dupliquen los actuales recursos privados y estatales destinados al control de los incendios no será posible tener éxito en los programas de protección forestal”, puntualizó.
Variedades altamente combustibles
En un análisis de las plantaciones del punto de vista de combustible y calidad de él, se puede apreciar que se han establecido grandes extensiones de bosques de especies forestales altamente inflamables como son eucaliptus y pino radiata.
Esta situación se hace más grave si se considera la continuidad y homogeneidad de estas masas boscosas, que a pesar que cuentan en muchos casos con cortafuegos y áreas descubiertas, no son suficientes cuando ocurre una conflagración (tormenta de fuego) porque el fuego puede saltar a 500 metros y tan distante como 2 kilómetros del foco principal, como habría ocurrido en Quillón, haciendo que los esfuerzos de los combatientes para preparar una línea de control sea completamente inútil.
Según el crecimiento de las plantaciones estas condiciones de alta carga de combustible por hectárea se da cada 10 a 15 años dependiendo de la zona donde está el cultivo forestal, por lo tanto y asumiendo que ante la presencia constante de una fuente de energía térmica (factor de riesgo), es muy lógico predecir que en un área dedicada a las plantaciones este fenómeno se repetirá con la frecuencia indicada.
Sugerencias no escuchadas
Según el especialista, la prevención debía estar relacionada con el manejo de combustibles y con una modificación de la actitud de la población. “La modificación del combustible es una muy buena medida a realizar, pero no es viable por su costo y porque sería una labor anual a realizar debido a la alta productividad de biomasa de los suelos de la costa en la Región del Bío Bío”.
Peña cree que la modificación de la actitud de la población es la mejor alternativa para reducir la ocurrencia y el daño, pero para que sea exitosa se requiere de programas de educación ambiental permanentes en colegios y comunidades forestales.
En las actividades de prevención también se debería considerar una planificación territorial en la cual se intercalen bloques de vegetación de diferentes tipos, ojalá de especies de baja inflamabilidad, y áreas descubiertas de vegetación arbórea o como última opción rodales de la misma especie, pero de diferente edad (el fuego se comporta diferente en ellos y esto facilita el control). La experiencia en cuanto al comportamiento del fuego indica que durante estas catástrofes una faja descubierta de vegetación de 20 a 30 m (cortafuegos) no es suficiente para detener el avance del fuego y la ocurrencia de focos satélites, por lo tanto, se justificaría una planificación territorial. De lo contrario en las zonas de mayor riesgo, el negocio forestal no será sustentable ni rentable ante esta amenaza permanente.
Estudio presentado en Chillán en 1999 anticipó el mega incendio
Revisado por Jorge Troncoso Navarrete
en
1/08/2012
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